¿Cuántos años de soledad?
Somos cada vez más viejos. Y lo somos en el doble sentido que admite la oración. Las personas, por un lado, vivimos cada vez más años. En 2009, un/a español/a vivía de media el doble que cien años antes. De hecho, según datos de la Organización Mundial de la Salud, España era en 2016 el segundo país del mundo con la esperanza de vida media más alta (83,1), solo por detrás de Japón (84,2). A pesar del honorable puesto de nuestro país, lo cierto es que estos resultados son poco más que el reflejo de una dinámica global en la que los avances médicos, la adaptación al medio y la disminución de la pobreza extrema, entre otros factores, han incrementado la longevidad del ser humano hasta niveles que hace no mucho tiempo hubieran resultado inimaginables. Pero, además, y en parte como consecuencia de este incremento, la media de edad de las personas del primer mundo es cada vez mayor. España ocupa el vigesimoséptimo lugar (41,1), mientras que en los primeros lugares encontramos a Mónaco (51,1), Alemania (46,5) y Japón (46,1). Estos datos contrastan con edad media de Níger (15,1) y Uganda (15,5), los dos países con la población más joven del mundo.
Debe aplaudirse toda iniciativa que promueva la mejora de las condiciones de vida de las personas mayores.
Del hecho incontestable de que somos cada vez más viejos pueden extraerse varias conclusiones y numerosas cábalas sobre nuestro futuro próximo. Desde luego, el desequilibrio demográfico y la inversión de la pirámide de edades puede suponer una gravísima crisis en nuestra base productiva y económica. No debería extrañarnos, en este sentido, que el 57% de la población española en activo (17 millones) crea que no va a cobrar una pensión pública cuando se jubile. O que dentro de unos días esté prevista una marcha que recorrerá el camino que separa Bilbao de Madrid reivindicando una mejora en el sistema público de pensiones. Lo que tal vez pudiera sorprendernos es la idea de que el envejecimiento de la población abre nuevas posibilidades en el mercado laboral. Senderos de Teja es una empresa social radicada en Artieda (Huesca) dedicada a la mejora de las condiciones de vida de la región. Su labor está enfocada principalmente a la vida rural y en ella, señalan, se toparon con cuatro necesidades fundamentales: socialización, vivienda, trabajo y envejecimiento y soledad no deseada. En relación a la primera y a la última de ellas, este proyecto ha configurado un sistema de asistencia para mayores que recorre algunos pueblos de la comarca acompañando y atendiendo las demandas de sus clientes, como ir a comprar, al médico o a la peluquería.
Bajo el gobierno de Theresa May, Reino Unido decidió crear en 2018 un Ministerio de la Soledad.
Y es que la soledad se ha convertido en una de las externalidades más dolorosas del envejecimiento poblacional. En el caso de los pequeños pueblos rurales, los ancianos se quedan solos ante el éxodo al que, en parte, se ven abocados los jóvenes al no vislumbrar ningún futuro laboral. Cuando la situación se vuelve insostenible y siempre que se disponga de medios económicos, estas personas suelen terminar internadas en una residencia, ante lo cual cabría preguntarse si esto resuelve o no el problema de la soledad. También podríamos resolver que el trabajo de Senderos de Teja no hace sino mercantilizar el cariño y el cuidado hacia las personas mayores, pero lo cierto es que su labor y el de otras empresas sociales similares resulta indispensable en una sociedad cuya dinámica demográfica no dejas lugar a dudas. Seguramente se trata, más bien, de exigir al Estado la promoción de unas políticas sociales enfocadas en la situación de las personas mayores, como ya hicieran algunos con respecto al trabajo de algunas ONG y al desarrollo rural en América Latina. En realidad, deberíamos alegrarnos si algún día acaban desapareciendo las organizaciones y las empresas sociales a causa del buen trabajo realizado por los Estados y los organismos supranacionales. Hasta ese momento, en cualquier caso, debemos aplaudir toda iniciativa que fomente la mejora en las condiciones de vida de las personas que viven la última etapa de su vida.
Somos cada vez más viejos y estamos cada vez más solos. Se nos presenta un doble problema de difícil solución, pero a cuya búsqueda ya se han dispuesto diferentes empresas y organizaciones desde un amplio espectro de ámbitos y ocupaciones. Si hace unas semanas abogábamos por llevar a las zonas rurales nuevas formas de ocio y entretenimiento, hoy reivindicamos el derecho de las personas mayores a disfrutar de una vida digna y agradable. Y para ello, además de muchas otras cosas, es indispensable llenar las horas muertas que se alargan y acaban haciendo eterna una semana. Porque nuestros mayores se lo merecen y porque esperamos que todos y todas ocupemos un día su lugar.