Objetivo: ¿la Luna?
El pasado 21 de julio se cumplieron cincuenta años desde que el ser humano pisara por primera vez la superficie de la Luna. La llegada de semejante efeméride ha dado pie a todo tipo de homenajes, desde una cena de gala presidida por el mismísimo Edwin Buzz Aldrin —uno de los tres astronautas que componían la tripulación del Apolo 11— hasta la celebración de una edición especial del festival astronómico Starmus, en Zurich (Suiza). La propia agencia espacial estadounidense (NASA) anunció hace poco más de un mes que su propósito era volver a enviar astronautas a la Luna en un plazo de cinco años. Arropado por este contexto de exaltación y júbilo, otra personalidad que no ha querido dejar pasar el aniversario ha sido el presidente Donald Trump. Como ya es habitual, el empresario norteamericano ha aprovechado la ocasión para sacar a relucir su Make America Great Again y asegurar que su objetivo es iniciar una «nueva era de exploración», así como «reestablecer el dominio y liderazgo» de su país en el espacio. De paso, ha recordado que entre sus planes todavía se encuentra el envío de astronautas a Marte en la década de 2030.
Sin perjuicio de las celebraciones por aquel «gran salto para la humanidad», cabe preguntarse si la delicada situación de nuestro planeta nos permite fantasear con un nuevo paso en la aventura espacial. No es necesario recordar que las predicciones apuntan a un aumento de la temperatura global al final del siglo XXI de entre 1,5ºC y 5ºC con respecto al periodo preindustrial, que la contaminación atmosférica causa la muerte de tres millones de personas al año o que los océanos, además de la de una fuente “inagotable” de recursos, cumple la función de un enorme vertedero. Lo que sí merece la pena resaltar en este punto es el anuncio de la retirada de EE.UU. del Acuerdo de París, firmado en 2015 con el fin de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y controlar los efectos del cambio climático. En palabras del presidente Trump, este anuncio realizado en 2017 respondía a un pacto «debilitante, desventajoso e injusto» para los «trabajadores, contribuyentes y empresas» estadounidenses.
La humanidad se enfrenta hoy a un problema de magnitudes desconocidas.
Aunque pueda ser digna de una película de ciencia ficción o de un programa de conspiraciones y paranoias internacionales —que con tanto apetito se han alimentado, por cierto, de la misión del Apolo XI—, se impone la pregunta por el sentido de abrir una nueva fase en la historia de la exploración espacial. ¿No es algo irresponsable, en un contexto como el actual, invertir miles de millones de dólares en una nueva misión cuyo objetivo es llevar seres humanos a Marte? ¿No sería más sensato utilizar esos fondos para “arreglar” los inquietantes problemas que acechan a nuestro planeta? ¿Cabe entrever una conexión entre el negacionismo del cambio climático y la manía por descubrir nuevos parajes espaciales? ¿Responden las motivaciones por encontrar agua en el universo a la búsqueda de vida extraterrestre o, más bien, al hallazgo de un nuevo planeta que pueda ser colonizado por el ser humano —por algunos y solo algunos seres humanos, entiéndase— cuando el nuestro no de más de sí?
No es fácil dar respuesta a estas y otras preguntas que se plantean, pero lo que sí parece claro es que la humanidad se enfrenta hoy a un problema cuya magnitud excede con mucho cualquier otro precedente conocido. El cambio climático y la degradación del planeta Tierra están desde hace tiempo llamando a la puerta de los gobiernos nacionales y de los organismos internacionales, pero algunos de éstos se entretienen en seguir fantaseando con la posibilidad de establecer vida humana en otros lugares del universo. Posibilidad que, como puede imaginarse, está reservada a los más afortunados y privilegiados de nuestra especie.
Mientras tanto, en EE.UU. sigue entonándose el Make America Great Again.
Se entiende que a principios de los años cincuenta el aventurero Tintín se fijara como objetivo la Luna. El contexto de Guerra Fría que se vivió a lo largo del siglo XX puede llegar a explicar, igualmente, los esfuerzos económicos y técnicos que invirtió EE.UU. con el fin de ser el primer país en enviar un astronauta al satélite terrestre. Lo que resulta del todo incomprensible es la repentina obsesión del gobierno estadounidense por relanzar una misión cuyo objetivo final sería el de colonizar la Luna, Marte o quién sabe qué pedazo de roca más allá de nuestra atmósfera. A no ser que se esté comenzando a asumir, lo cual no parece improbable, que la Tierra presentará de aquí a unos años un paisaje inhabitable. En cualquier caso, mientras tanto, al otro lado del océano se sigue entonando el Make America Great Again.